lunes, 26 de noviembre de 2012

¿Joven para ser madre?

Me lo han dicho ya varias personas, gente por la calle, en el supermercado o en el centro de salud: que soy una mamá joven. Pero a ver, señora, ¡que tengo 32 años! ¿joven? Yo cada vez que escucho una cosa de estas me quedo totalmente descolocada. Mi madre a mí me lleva veintidós... Lo cierto es que, teniendo en cuenta que Pablo nació a un par de semanas de mi cumpleaños, se puede decir que estoy exactamente en la media de edad tanto gallega como española.

Ahora mismo me estoy acordando de una amiga, V., que tuvo a su hija con 25 años y dice que cuando la niña era más pequeña tenía la impresión de que alguna gente se le quedaba mirando cuando iban por la calle. Ella piensa que es porque la veían joven, y no dudo que sea cierto, porque hace un par de semanas también casualmente me comentaba otra persona que a los veinticinco se es demasiado joven para ser madre. Que si tuviese quince sería normal, yo también me quedaría mirando, pero vamos...

La edad para ser madre, como comenta el artículo de prensa del enlace, es cada vez mayor. Me parece muy normal que suceda porque entre que una termina sus estudios y encuentra un trabajo (cada día más difícil), y al mismo tiempo encuentra una pareja estable con la que decida formar una familia, van pasando los años. Lo cierto es que tampoco existe esa situación "ideal" en la que decir: este es el momento perfecto para tener hijos, porque cuando uno tiene la estabilidad sentimental y económica luego se encuentra con que le falta lo más importante, que es disponer de tiempo para criar un hijo. Porque, que nadie se engañe, es tan necesario el tiempo como el dinero, pero eso ya es otro tema. 
Así, nos encontramos muchas personas ya en la treintena que quieren tener hijos pero no se atreven porque no se encuentran en las condiciones más favorables, pero también hay gente de la misma edad que no los tiene porque dicen que son todavía jóvenes y tienen aún que disfrutar antes de formar familia. A estos últimos es a los que va dedicado el post: que no me lo vayan a tomar a mal, pero...

A algunos parece que se les va a terminar la vida cuando tengan hijos. Yo, que ahora tengo uno, más bien pienso en todas las cosas que ahora me apetece hacer y tengo un montón de ideas, planes e ilusiones. Hasta ahora me lo he pasado estupendamente y he disfrutado de muchas cosas: he salido de marcha y de copas durante años, he ido a fiestas, conciertos, festivales, pequeños viajes... ¡me lo he pasado pipa! Pues ahora veo a Pablo y lo que me imagino es los sitios que visitaremos juntos, los espectáculos a los que lo llevaré para que los disfrute, las salidas a comer en familia (que seguro serán accidentadas pero aún así me apetecen)... espero que tengamos la energía suficiente, porque hay muchas cosas geniales por hacer cuando se tienen hijos. 
Sí que pienso que alguna vez echaré en falta algunas cosas que no puedo hacer mientras sea muy pequeño, como ir al cine con mis amigas o a conciertos con mi hermano ( \m/ jejeje), por poner dos ejemplos, pero tampoco es para tanto. Ahora tengo que aprovechar porque la etapa de bebé es muy corta y luego ya tendré ocasiones para hacer de vez en cuando alguna de esas cosas, cuando sea más mayor (si es que aún me quedan energías, claro).

¡Ainsss, qué tiempos! ;)


Si con la edad que yo tengo piensas que aún eres demasiado joven porque un hijo te entorpecerá para hacer lo que te apetece, sería mejor plantearse si de verdad quieres tener hijos, porque ¡oye!, que tampoco es obligatorio, ¿eh? Tener un hijo "por que toca" luego sí que puede ser un lastre y un tostón por mucho que lo quieras, y eso sí que verdaderamente sería una pena. Se puede ser muy buenos padres con veinte años, con treinta o con cuarenta, de eso no hay duda, pero se suele obviar algo muy importante: hay una edad biológica óptima para ser madre, después de la cual se hace cada vez más difícil, y querer tener un hijo y pasar años sin conseguirlo se hace muy duro. Se puede esperar a los cuarenta, no digo que no, pero igual tienes mala suerte y pierdes la oportunidad de vivir la experiencia más increíble de tu vida.

Y tú, ¿qué opinas? ¿Cuál es la mejor edad para tener hijos?




sábado, 24 de noviembre de 2012

Quen poidera namorala

Hace unos días, no pude evitar una sonrisa cuando mi  madre, para dormir al niño, se puso a tararearle una canción, que iba improvisando mientras cantaba. Y entonces me dí cuenta de que se guarda el recuerdo de cuando tu madre te cantaba, aunque parezca que eras demasiado pequeño para recordarlo. Y mira que muchas veces me meto con ella, cuando canta canciones de la radio: -Mamá, no has sido dotada para la música, no tienes oído. Le cambias la melodía a todas las canciones...- Pues sonaba muy bien, yo creo que esa manera de cantar me va a sonar siempre bien porque así me cantaba a mí. 

Seguro que aunque tu madre cante como el maullido lastimero de seis gatos desesperados (no es el caso de la mía, no, es un decir) para ti que eres un bebé no existe mejor sonido. Por eso, si eres madre, cántale mucho a tu bebé, te lo recomiendo: el resto del mundo puede decir que cantas regular, que cantas mal, que cantas peor... pero él te va a mirar con esa cara de adoración que derrite un iceberg. 

Pablo no puede decir que su madre sea una sosa en ese sentido, PapádePablo ya dice que soy un karaoke andante. Y que no se queje, que toco multitud de estilos musicales. Precisamente hace un ratito lo acabo de dormir como más me gusta: con una canción preciosa, escrita en el idioma más dulce de la Tierra. Si ya dicen que los gallegos hablamos cantando, imaginaos cómo somos cuando realmente estamos cantando, jeje. Ahí os la dejo, para mí es un deleite escucharla, con suerte os gustará. 

Buenas noches. Boas noites.


miércoles, 21 de noviembre de 2012

Me va a salir caro este blog


Esta simpática vaca que se ve en la foto es una hucha. Es un regalito de bodas que me hizo mi prima, y le hemos encontrado una interesante utilidad: la estamos usando para pagar las multas. ¿Pero qué multas? Pues resulta que, para intentar irnos antes a dormir, decidimos que quien se acueste más tarde de las 00:30 tiene que pagarle un euro a la vaca, exceptuando si estamos en pie por motivos ajenos a nuestra voluntad, o lo que es lo mismo, por voluntad del pequeñajo.

Si alguien se ha fijado a las horas que publico los post, se dará cuenta de que gracias a mí la vaca se va a hacer de oro, tanto que ya está mirando para reservar unas vaca-ciones en la playa. Lo que no sabe la muy ingenua es que el dinero que juntemos lo vamos a emplear cuando llegue el buen tiempo, para irnos de fin de semana en familia PapádePablo, Pablo y yo. Bueno, será una contribución, con lo de la hucha sólo espero que no alcance, porque en ese caso habré llegado a la primavera con unas ojeras perpetuas.

Hoy por ejemplo me he acostado, pero me he vuelto a levantar tan pronto me aseguré de que tenía al niño en brazos de Morfeo, y me he liado tanto dando vueltas al tema para otro post que al final me han dado las tantas y me he inspirado para homenajear a la feliz vaca. Y es que entre pensar lo que voy a decir y buscar una foto adecuada, con el agravante de que es política del blog que las fotos sean todas mías (serán mejores o peores, pero es que así me tiene más chiste), pierdo tiempo y más tiempo, pero me lo paso pipa, jejeje. Para quien se pregunte porqué no me pongo con estas cosas en otros momentos del día menos intempestivos, le remito al post sobre mi muchísimo tiempo libre...

Así que mañana, como tantos otros días, le explicaré al niño que vamos a echar una monedita en la vaca, cosa que se ve que le divierte porque la vaquita para agradecerlo hace ¡muuuuuuuuuuuuu! (mi prima, que es "mú" graciosa ;) ) Todo sea por el primer viajecito de Pablo, estoy deseando que llegue para hacer un relato de nuestras aventuras y desventuras. De momento, me voy a la cama que se me caen los párpados.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Pocoyó, Pablo y el abuelo



Este Pocoyó es el mejor amigo de Pablo. De hecho, empiezan siempre en día juntos, porque cuando el niño se despierta Pocoyó le da los buenos días y le canta su nana (hay que "presionarlo" para que cante, como en los interrogatorios de las películas, jejeje). Cuando lo ve le sonríe y a veces le habla, pero sobre todo le muestra su cariño en forma de babas, que cómo podéis imaginar une mucho y forja amistades de por vida XDDD. Pero el tema de este post no es el muñeco en sí, sino que se trata de una reflexión sobre algo que ocurrió el día que se lo regalaron, y que ya se ha repetido también en otras ocasiones.

Ahora el niño ya no cabe en un moisés, pero antes teníamos uno en casa de mis padres que nos prestaron y donde se echaba unas siestas magníficas, que por cierto nunca tan buenas las echó en su propia casa (esto se debe al influjo de un tal Murphy, del que nos acordamos a menudo todos los padres y madres...) Pues un día llegamos y Pocoyó estaba allí instalado, tapadito y todo, por obra del tío de Pablo. A mí me hizo mucha ilusión el regalo y se lo presenté al niño: ¡Holaaaaaa, Pablooooooo, soy tu amiguito Pocoyó!, ¡Toma, un besito!,  y otras frasecitas por el estilo.

En estas estábamos cuando entró mi padre en escena. Mi padre, que adora a su nieto pero que nunca ha sido ni será el rey de la pedagogía, le espetó: -Uuuuuy, ¿quién es ese? ¿qué hace metido en tu cama? ¡Dale una patada y échalo! ¡Sí, que es tonto, pégale una patada!- Yo me quedé perpleja, y mi hermano lo mismo, con cara de poker. Yo venga a insistirle en que era un muñeco muy lindo, y mi padre riéndose y bromeando con que le diese patadas.

Ya sé perfectamente que el niño no iba a entender el significado ni la intención de lo que le estaban diciendo, porque era muy pequeño, pero dudo mucho que tenga intención de cambiar el discurso cuando sea más grande porque no ve nada de malo en ello. ¿Porqué hay adultos que se divierten con este tipo de cosas? Es que también he visto en ocasiones que un niño ya más mayorcito pega una patada a algo o golpea a alguna persona, y en lugar de corregirlo y explicarle porqué no hacerlo, por el contrario se ríen y hacen bromas. Yo, si con mis dos o tres años veo que lo que hago causa tales reacciones, estaré encantada de volver a repetirlo, ¿no? ¡Hala, a repartir patadas y mamporros, que así voy a ser la reina del mambo! Conste que creo que todos los niños en algún momento pasarán una etapa en la que van a hacer esas cosas, pero según cómo reaccionemos se volverá o no una costumbre.

Curiosamente, cuando el niño empiece a comportarse de manera agresiva con cierta frecuencia, las mismas personas que le rieron la gracia le van a reprender. No me extrañaría nada que luego lo tachen de malcriado y acaben teniendo la culpa sus padres, que lo han educado tan mal. Me parece que ya los estoy oyendo: "Tantos mimos y tantos brazos, y claro, lo han convertido en un pequeño tirano..."


Amigos para siempre :)
Por descontado, todo esto lo tenemos muy claro y sabemos cómo queremos educar a nuestro hijo, pero a menudo nos vamos a encontrar con que las personas de nuestro entorno no nos entienden e incluso piensan que tenemos "muchas manías" e "ideas raras". ¿Cómo se le dice a alguien que actúa con todo el cariño hacia tu hijo que lo que hace no es correcto sin ofenderlo? Corregir a los niños es el pan de cada día en todas las familias pero, ¿corregir a los adultos? ¿Eso cómo se hace? Agradezco que venga alguien y me ilumine, porque el tema da para mucho. 


jueves, 15 de noviembre de 2012

Malas costumbres que cambiar (II)


No sé en qué momento PapádePablo y yo empezamos a llevarnos la cena al salón para ver la tele. Yo personalmente nunca he sido de ver la televisión comiendo, de niña solamente teníamos una en el salón y de adulta he seguido con la misma costumbre. El caso es que terminamos así sin darnos cuenta: un día que no te quieres perder ese programa especial, otro que total para picar algo ya lo hacemos aquí... al final se vuelve una costumbre y lo haces todos los días.

No fue hasta que me quedé embarazada que empezamos a replantearnos el asunto. Nos empezamos a imaginar un niño "embobado" mirando la televisión sin probar bocado, y a nosotros hablándole y el pequeño ni caso. No es muy difícil de imaginar porque el padre es así, tal cual, se queda mirando la pantalla y entra como en trance. Le puedo decir su nombre tres o cuatro veces (sentada a su lado, ¿eh?) y el tío ni se inmuta. A veces sí, si están echando carreras de motociclismo grita, salta y otros aspavientos varios, pero seguir sigue sin hacerme ni caso. En fin...

Es sabido, y hay estudios que así lo confirman, que comer frente a la televisión induce hábitos alimenticios poco saludables, y favorece el sedentarismo y la obesidad. Para saber algo más sobre el tema, podéis seguir el siguiente enlace.
Imaginado el panorama, y reconociendo que "no era plan", un buen día PapádePablo dijo: se acabó, a partir de hoy comemos siempre en la cocina, que tenemos que acostumbrarnos para que cuando nazca Pablo le demos buen ejemplo. Y así lo hicimos, ¡y vaya cambio! 
Comer sin televisión hace que disfrutemos la comida mucho más. Antes era engullir y mirar pantalla, y ni nos enterábamos de lo que comíamos. Ahora disfrutamos la comida mucho más, yo creo que hasta nos sabe mejor. Y sobre todo lo mejor es que hablamos más: de lo buena que está la comida (bueno, o de la pifia que ha salido, que de todo hay), de cómo nos ha ido el día, de las últimas novedades que nos hemos enterado... Y ahora que Pablo se sienta con nosotros a la mesa, disfrutamos de lo que es una verdadera comida en familia.



martes, 13 de noviembre de 2012

¡Tú tienes mucho tiempo libre!


¡Tú tienes mucho tiempo libre! Esto es lo que me dijo mi amiga R. el viernes, cuando le comenté así como por encima que estaba escribiendo un blog. -Bueno, no te creas...- le dije. A lo que me contestó que cuando empezase a trabajar ya no tendría tiempo, pero que si me dedicaba a estas cosas es que me sobra. 

A ver... puede que sea lo que parezca. Quienes leen habitualmente este blog (esas almas caritativas y compañeras de blogosfera que hacen que no navegue sola por el proceloso mar de internet, ¡ay! que poético me ha quedado) tienen una idea bastante aproximada del "muchísimo" tiempo libre que tengo. Con un pequeñajo a cuestas todo el día, que de día no duerme si no es en brazos, que no juega tranquilo si no estoy a su lado, que come cada pocas horas (con sus correspondientes cambios de pañal), que hace que el simple hecho de tender la colada sea interrumpido con juegos y "cucamonas" varias al menos unas tres o cuatro veces, y eso porque estoy a su lado y no me pierde de vista... pues mi tiempo libre es más bien limitadillo. Ya sé que se puede cuidar a un bebé de otra manera, pero vaya, ya no sería mi manera. Y sobre todo no sería la manera que necesita Pablo, que es lo más importante. 

¿Y cómo hago para escribir un blog? Y no sólo escribirlo, sino leer actualizaciones de otras bitácoras que sigo, dar una vueltilla por las redes sociales y ponerme al día de las últimas noticias... Pues quitando el tiempo de donde puedo. Principalmente gracias a PapádePablo, que cuando llega de trabajar toma el relevo con el niño y es experto, expertísimo, en dormir bebés por el método del "pasillo va, pasillo viene", mientras mamá le da a la tecla cosa fina. El resto del tiempo, lo consigo aprovechando que en las siestitas diurnas del peque me queda una mano libre que utilizar con el ratón o el teléfono móvil. Según vaya creciendo Pablo y se ponga "interesante" la cosa, ya veré cómo me adapto. Pero yo esto no lo dejo, ni hablar.

¿Cómo lo hacen las madres que trabajan fuera de casa (lo sabré en unos mesecitos) y además de un bebé tienen otro que ya corretea por todas partes y va enlazando ocurrencias y genialidades varias sin solución de continuidad? Y hay madres blogueras con familia numerosa también... pues no sé, pero las admiro mucho y las comprendo a partes iguales.

Porque el quid de la cuestión para mí sería: ¿porqué invertir el tiempo libre que me deja el día a día como madre para escribir un blog? Pues principalmente por dos motivos. El primero, y ya lo he dicho en el post que escribí para inaugurar este espacio, porque se aprende mucho estando en contacto con personas que viven experiencias similares a las nuestras. 
El segundo motivo que me hace escribir esto es que después de pasar tooooooodo el día con Pablo, aunque es lo más bonito del mundo y lo más satisfactorio, a mí me hace falta tener otra actividad. Cambiar un poco el chip y hacer algo distinto para despejar un rato la mente. En verano era más ameno porque paseábamos mucho más, pero ahora entre la lluvia y el frío los paseos son mucho más cortos, y se vuelve todo un poco rutinario. Habrá quien piense que para descansar lo mejor sería dejar al niño con alguien y dedicar una horilla a hacer deporte, pintura, punto de cruz o qué se yo... a mí es pensar en separarme del niño y me entran los siete males, si una vez que lo dejé con su padre para ir a comprar un móvil tuve que llamarlo desde la tienda de telefonía para ver qué tal les iba... (sí, así de fuerte nos da a las madres).

Y además de todo: me divierto, me desahogo... ¡y es gratis! :) Y aquí lo dejo, que me reclama Pablo.

Y tú que me lees, ¿tienes también "mucho" tiempo libre?

sábado, 10 de noviembre de 2012

Pedro y Pablo

No he contado nada hasta ahora del nacimiento de Pablo. La verdad, tampoco tengo mucho que aportar al respecto, porque es imposible describir lo hermoso que es el nacimiento de un hijo: hay que vivirlo. Lo que sí voy a contar son algunas cosas que recuerdo de nuestra estancia en el hospital. Igual le puede ser de utilidad a alguien.

Después de un bonito parto, una madre emocionada, un padre soltando la lagrimilla y un bebé abriendo por primera vez sus ojos al mundo, nos hicimos inquilinos de la habitación 439 (¿alguien más recuerda tonterías como el número de la habitación del hospital?), que en aquellos días rebautizamos como la "habitación de los Picapiedra". Nosotros llegamos con nuestro pequeño Pablo, y allí estaba esperándonos su compañero Pedro con sus papás, también emocionados padres primerizos que llevaban allí unos días tras la cesárea de la mamá. Juntos pasamos tres días, hasta que nos dieron el alta a todos, en los que compartimos momentos de llantos nocturnos, curas de ombligo y anécdotas varias.

El día que nació Pablo no tuvimos visitas en el hospital. Al día siguiente vinieron los abuelos y mi hermano como únicas excepciones, y el resto del tiempo estuvimos tranquilos y solos. Ya lo tenía decidido desde bastante antes de nacer Pablo, porque después de leer ampliamente sobre la lactancia estaba convencida de que las visitas lo único que iban a conseguir era hacérnoslo más dificil, con los inevitables consejos no pedidos y comentarios. Sin duda fue un acierto, que volveré a repetir de tener otro hijo. Gracias a hacer las cosas a nuestra manera, a tomárnoslo con la mayor tranquilidad posible y sobre todo gracias al apoyo de PapádePablo, salimos del hospital con la lactancia establecida. 

Tengo que decir que el trabajo de las matronas fue impecable, por lo menos desde mi punto de vista. Facilitaron el contacto piel con piel desde el primer instante, y eso hace que todo venga, si no rodado, sí mucho más fácil y natural. Siento no poder decir lo mismo de todas las enfermeras que nos atendieron ya en planta. Creo que en general hacen su trabajo lo mejor que pueden, pero algunas con sus actuaciones fueron decisivas para cargarse la lactancia de nuestro vecinito, Pedro. No sé cómo lo vivieron los protagonistas, pero yo lo recuerdo así:

La mamá de Pedro pasó una odisea antes de que éste pudo nacer. Por lo que me contó, después de intentar  durante bastante tiempo el parto natural sin éxito, la ginecóloga recurrió a la cesárea de urgencia. La consecuencia de esto fue  una madre agotada y un bebé que pasó los importantísimos primeros momentos de su vida separado de su única referencia en el mundo. Esto por lo que tengo entendido es evitable y hay hospitales en los que ponen al niño en brazos de la madre enseguida tras la cesárea, pero en su caso no fue así. A esto hay que sumar que muchas posturas se hacen en esa situación dolorosas y la pobre madre no sabe ni cómo colocar al bebé para alimentarlo sin lastimarse. El cuadro que yo vi era un niño que lloraba porque no sabía cogerse al pecho, una madre que también lloraba de dolor y frustración, una abuela que presionaba a su hija porque "es que a mí me hace mucha ilusión que le de la teta", y unas enfermeras que solucionaban la coyuntura con biberones "de apoyo". Y como único aspecto positivo, un padre que hacía todo lo que podía, que no era poco.

Mientras, Pablo iba alimentándose poco a poco, y lloraba para reclamarme una y otra vez. El padre de Pedro me aconsejó un biberón de apoyo, que no pasaba nada, y supe que la lactancia de nuestro pequeño amigo estaba sentenciada. También me lo ofreció en una ocasión una enfermera porque como buena madre primeriza le pregunté si era normal que Pablo llorase tanto, si se debería a que la postura no era la adecuada. Pues si esa era la ayuda que me iban a dar, no gracias, que ya nos apañamos nosotros solos. La sufrida mamá de Pedro probó con pezoneras y con un sacaleches eléctrico al que doy fe que estuvo "enchufada" horas, y siguieron con los biberones, hasta que el pobre padre decidió que no podían seguir pasándolo tan mal y llamaron a las enfermeras para que le facilitasen las pastillas para cortar la leche. Y ellas, las mismas que tuvieron la genial idea de darles biberones, se ensañaron con los pobres por darse por vencidos. Pese a todo, fue desde ese momento cuando empezaron a disfrutar verdaderamente del pequeño, así que me alegré mucho por ellos y creo que en sus circunstancias era lo que debían hacer. Lo bueno y lo correcto es lo que hace feliz a nuestro hijo y a nosotros como padres, ¿no?

En cuanto a mí, me había leído de pe a pa el libro de Carlos González "Un regalo para toda la vida", y había recibido muy buenos consejos de la matrona de mi centro de salud, por lo que sabía muy bien lo que tenía que hacer, e igualmente importante, lo que no tenía que hacer. Y por si me asaltaba la inseguridad y los miedos del puerperio, ahí estaba PapádePablo: paseando al niño por las noches, cambiando pañales, acariciándome  y animándome cuando veía mis gestos de dolor. Ahí supe que era verdad lo que dicen de que la relación de pareja cambia con la llegada de un hijo. Y tanto, cambia para mejor, por lo menos en nuestro caso. Como dije antes, salí del hospital tranquila con el tema de la lactancia, y sabiendo que ya eran dos "los hombres de mi vida". Ahí los tenéis: para comérselos :)



viernes, 9 de noviembre de 2012

Un juguete "nuevo" para Pablo

Hace unos días estuvimos mi madre y yo rebuscando entre ese montón de cosas mías de naturaleza diversa que, siete años después, siguen invadiendo espacio en su casa. La idea era tirar cosas, y algunas tiré, pero cada vez que hago una de esas "limpiezas", siempre encuentro algo que ya ni recordaba que tenía. Y allí, junto con las cartas de mis amigas, la colección de entradas de cine y aquellos guantes con un dedo de cada color que mi madre tejió para mí (adoro esos guantes), estaba él: el osito.

Dice mi madre que no recuerda de donde salió. Es pequeñito y de trapo, de confección muy simple, pero yo de pequeñita lo tenía en gran consideración: lo acostaba en la cama a dormir, lo tapaba con las mantas y ¡hala!, los dos a los brazos de Morfeo. La verdad es que no recuerdo el detalle, pero sí, me imagino a mi misma perfectamente tapándolo con todo cuidado para que no cogiese frío, a mi amigo el oso. Es que yo era muy considerada con mis muñecos. Bueno, aún lo soy, igual tengo que hacérmelo mirar, pero les tengo cierta simpatía y me gusta colocarlos con cuidado, jeje. Tengo hasta una pequeña vaca de peluche que siento para que pueda ver la televisión. Vale, vale, voy pidiendo cita para hacer terapia....

Ayer volví a casa de mis padres y allí estaba el oso, lavadito (que buena falta le hacía) y dispuesto a hacerse amigo de un nuevo niño. No sin antes pasar por una pequeña reparación con aguja e hilo porque al pobre se le salía el relleno por detrás. Y tiene pinta de haberse remendado más de una vez, que mira que es sufrido. Pues sí que nos salió barato el juguete, porque a Pablo le ha gustado y la verdad es que es normal, porque es ligero y fácil de sujetar. Y lo cierto es que me ha hecho ilusión, para qué lo voy a negar, soy una ñoña. Es muy bonito ver como un juguete que te hizo feliz de niña puede servir también para entretener a tu hijo. Y más una cosa tan simple como un pequeño muñeco de trapo, modesto, quizás no especialmente bonito si lo miramos de manera objetiva pero ¡qué caramba!, es nuestro osito.


Hay juguetes fabulosos en las tiendas, y vamos a comprar más de uno y más de dos, eso seguro, pero a veces no es necesario ser demasiado sofisticado ni gastar mucho dinero. Me gustaría que ese fuese uno de los valores que supiésemos transmitirle a nuestro hijo, que el valor de las cosas no es sólo monetario y que lo importante es saber disfrutar con lo que tenemos a nuestro alcance. De momento no lo entiende porque es muy pequeño, y de por sí un bebé no es materialista, eso lo adquirimos cuando vamos creciendo influenciados por el ambiente. Pero aunque no lo sabe ya está recibiendo sus primeras lecciones. Aquí os dejo una foto del nuevo amigo de Pablo, un superviviente.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Tres a la mesa

Esta semana Pablo ha estrenado su trona. Y como se puede ver en la foto, y si no se ve lo explico yo, es una trona diseñada para utilizar a partir de los seis meses, que es cuando por lo general los niños ya están preparados para empezar a probar alimentos porque se sostienen sentados sin ayuda. Esto se debe a que no se reclina, ya que la idea es utilizarla solamente para lo que está pensada: comer. Quien lea esto podría preguntarse a qué viene entonces utilizarla con un niño de cuatro meses y medio. Principalmente lo hemos decidido por dos razones:


Primera razón: PapádePablo y yo empezamos a echar de menos comer juntos con cierta comodidad. Porque en nuestra casa, hasta ahora, se ha comido por turnos. Primero como yo, y luego come el padre, y de paso el niño también. Comer mientras el niño duerme es ciencia ficción, porque cuando duerme durante el día, en cuanto lo soltamos de los brazos y lo ponemos en la cuna, la cama o el capazo, se despierta automáticamente. Quien dice automáticamente dice a los tres minutos, pero vamos, más tiempo es muy poco probable tirando hacia lo imposible. Y comer con una mano sujetando al niño con la otra siempre acaba siendo comer a medias, y eso que PapádePablo todavía se da cierta maña... A mí me cuesta mucho más, acabo jugando con él pero sin comer.

Segunda razón: Cuando comemos Pablo no nos quita ojo. Vamos, la verdad es que no se pierde detalle cuando plancho, o cocino, o realizo cualquier tarea mientras su padre lo tiene en brazos, pero es que cuando comemos ¡alucina! Su cara es un poema. Yo no sé si son así todos los niños, pero definitivamente parece que lo encuentra apasionante. Tanto interés tiene que a veces pienso que quiere probar la comida también, pero la verdad es que creo que todavía le falta bastante para estar preparado. Eso sí, la curiosidad la tiene toda, y si me descuido mete la mano al plato.

Por todo ello hemos pensado que Pablo merece sentarse a la mesa con nosotros. Al principio tenía mis reservas, porque es pequeño y tenía miedo de que la postura no fuese adecuada para él, pero la verdad es que se sostiene bastante derecho con algo de ayuda, y decidimos hacer la prueba y ponerlo un ratito corto. Lo justo para que yo coma, que de momento me parece suficiente para que no se canse. Pues caramba, ha sido todo un éxito. La primera vez abría los ojos como platos y giraba la cabeza para todos los lados, y las siguientes parece que lo pasa bien: examina su trona, mira para el suelo (todavía está asimilando a dónde lo hemos encaramado), nos mira y se ríe, y juega con cosas que ponemos en la mesa. Y nos vuelve a mirar y sonríe feliz.

El secreto del asunto es que la trona no tiene bandeja, está diseñada para utilizarla en la mesa de los adultos. Está sentado a nuestra altura, a la mesa con nosotros. Creo que está tan feliz porque se siente integrado. Bueno, no se siente, está integrado, es uno más a la mesa. Igual que es uno más cuando dormimos, o cuando vamos de compras... No lo hemos hecho en todas las comidas, pero sí ha estado un ratito cada día y me parece que está dando un paso muy importante. Y yo también, que hoy he tomado postre y luego una infusión, jejeje. Mi niño se hace mayor, ainssssss...


sábado, 3 de noviembre de 2012

Malas costumbres que cambiar (I)

Cuando nos hacemos padres, pasamos a estar más controlados que en un reallity show de esos que salen por la tele. Hay dos ojillos y dos oídos que no se van a perder detalle de lo que hagamos, de lo que digamos y de nuestras actitudes día a día hacia todas las cosas. PapádePablo y yo sabemos que vamos a ser su ejemplo a seguir, que los niños aprenden imitando y que tenemos que pensarnos las cosas un poco más, ser más conscientes de cuestiones a las que no le dábamos antes tanta importancia. Nos hemos mirado a nosotros mismos y hemos visto que tenemos malas costumbres que cambiar, y en eso estamos.

Cuando PapádePablo y yo empezamos a convivir, yo ya vivía sola. Llevaba poco tiempo en esta casa pero ya hacía un par de años que no vivía con mis padres. Por su parte, él seguía con los suyos hasta que se mudó aquí. Yo tenía mis cosas, mi orden y mi manera de hacer todo, y el recién llegado se encontró con que se tenía que amoldar a ello. Era normal, al principio era una visita, pero poco a poco mi casa pasó a ser nuestra casa. El problema es que somos animales de costumbres, y no me gustaba nada que me cambiase las cosas de sitio o quisiera hacerlas de otra manera, o que se le ocurriese cambiar la marca de mis productos preferidos. Vamos, ¡llegar del supermercado con otro suavizante nuevo para probar! Si éste de la marca "ElQueHueleMásRico" es el que prefiero de todos los que he probado. No, no, no, no me vuelvas a comprar otro. Habrase visto... ¿Pero dónde lo vas a guardar? No, ahí no, los productos para lavar la ropa los pongo ahí: para un lado detergente, para el otro suavizante... ¿ves?

Reconozco que soy un poco mandona, y quizás PapádePablo hasta prefiera la comodidad de hacer las cosas a mi manera y que lo organice todo yo. Bueno, según sus palabras, para qué va a hacer las cosas de otro modo si luego, como no están a mi gusto, las tendrá que hacer de nuevo otra vez. Sí, sí, ya digo que reconozco que soy mandona en algunas cosas. Pero es que eso para educar a un niño me parece un problema bastante importante. A lo mejor alguien me diría el tópico de que "las mujeres sois así, tampoco pasa nada, ya estamos acostumbrados", pero cuando intento cambiar la perspectiva de las cosas, la verdad es que toman otro aspecto.



¿Qué impresión puede tener Pablo si ve que hay una persona en casa que manda y ordena?